La mejora de la imagen es un deseo extendido en la población, lo cual da lugar a la existencia de especialidades médicas que trabajan en ello. En el campo de la oculoplastia, con la llegada de los rellenos y la toxina botulínica cada vez es más amplio el abanico de tratamientos posibles.
El éxito de la cirugía cosmética depende de muchos factores. Se ha comprobado que, si la comunicación del médico con el paciente, de manera bidireccional, es la clave para conseguir objetivos en cualquier especialidad, en ésta adquiere especial relevancia. En la consulta, debe invertirse el tiempo necesario, incluso programar más de una cita separadas en el tiempo para asegurarnos de entender lo que precisa el paciente y de que somos capaces de transmitir los conceptos adecuadamente.
A la hora de comenzar la entrevista, las preguntas abiertas son las más adecuadas. Una vez identificado el defecto, es importante fijarse en primer lugar en si existe o no, los problemas que acarrea y el disconfort que ocasiona. El reconocimiento del paciente frente a un espejo es de gran utilidad. Otro punto clave a analizar son las motivaciones por las que elige este tipo de cirugía. Las motivaciones internas tienen buen pronóstico, mientras que las externas, como pueden ser buscar pareja, trabajo o mejora social y económica tienen peor pronóstico. Las expectativas han de ser realistas, bien porque el paciente así lo manifieste, bien porque queden aclaradas con la información honesta y profesional que se le proporciona.
Existen algunas enfermedades psiquiátricas que son de vital importancia tener presente. La dismorfofobia consiste en una exageración patológica de sutiles o inexistentes deformidades que causan ansiedad significativa y que afecta a muchas áreas del comportamiento. Se ha visto que afecta a un 2-4 % de pacientes que acuden a una consulta cosmética. Dentro de esta patología, hay dos subgrupos, el síndrome de Tersites, en el que existe un defecto estético mínimo objetivable y el dismorfofóbico puro, en el que el defecto no existe. Este último caso constituye una contraindicación para la cirugía. Los test para clasificar estos trastornos, como el de Pisa resultan de utilidad para decidir la posible contraindicación de una intervención.
La comunicación debe priorizarse para garantizar que las expectativas del paciente sean comprendidas, dedicando siempre la atención y el tiempo adecuados.
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